miércoles, 9 de enero de 2013

Santa Marìa Madre de Dios.

Fuente: http://homiletica.org/PDF057/aahomiletica010235.pdf



Solemnidad de Santa María Madre de Dios - Ciclo A
  
Gregorio Alaustrey
DE LA EXCELENCIA DE LA DIVINA MATERNIDAD 
DE LA BIENAVENTURADA VIRGEN MARIA.
Tanta es la dignidad de la maternidad divina, que, después de Dios, nada puede 
imaginarse más grande.
Los Padres y doctores, tanto occidentales como orientales, celebran con sumas 
alabanzas la excelencia de la divina maternidad, y declaran que su conocimiento 
completo está reservado sólo a Dios, que dio al mundo tal criatura y conoció las 
excelsas dotes que la decoran.
San Ambrosio habla así: "¿Qué cosa más noble que la Madre de Dios? ¿Qué más 
espléndido que aquella que eligió el mismo Esplendor?".
San Anselmo: "Nada igual a María; nada mayor que María sino sólo Dios", a lo 
cual asiente su discípulo y familiar Eadmero, que dice: "Nada a ti igual, Señora; nada a ti 
comparable; todo lo que existe está sobre ti o debajo de ti; lo que está sobre ti es sólo 
Dios; lo que está debajo de ti es todo lo que no es Dios. ¿Quién mirará o quién llegará a 
tu excelencia?".
San Sofronio de Jerusalén: "¿Qué puede haber más excelente que esa gracia que 
tú sola divinamente alcanzaste? ¿O qué más agradable y más espléndido que ella 
puede pensarse? Todas las cosas distan del milagro que en ti resplandece, todas yacen 
muy por debajo de tu gracia".
Finalmente, San Bernardino de Sena dice: "Tanta fue la perfección de la Virgen, que su conocimiento está reservado sólo a Dios, según aquello del Eclesiástico:  El la 
creó en el Espíritu Santo, El sólo vio, contó y midió".
Para comprender mejor y más distintamente la suma dignidad de la 
Bienaventurada Virgen Madre de Dios, hemos de considerar la divina maternidad: 
Primero, en sí; segundo, comparativamente con los otros dones sobrenaturales, como 
la gracia, la gloria, el sacerdocio, el apostolado, etc.; tercero, en conexión con los dones 
de santificación y glorificación y demás prerrogativas que le fueron concedidas a la 
Virgen, Madre de Dios.
ARTICULO I
De la excelencia de la divina maternidad de la bienaventurada 
Virgen María, en sí misma considerada
La grandísima excelencia de la maternidad de la Bienaventurada Virgen María, 
considerada en sí misma, está contenida en las siguientes afirmaciones:
I. La bienaventurada Virgen María, como Madre de Cristo, tuvo y tiene relación 
real de maternidad respecto al Hijo Unigénito de Dios
a) Los Santos Padres y doctores ensalzan grandemente
Así San Bernardo dice: "La gloria singular de nuestra Virgen y la excelente 
prerrogativa de María es que mereció tener con Dios Padre uno y el mismo común 
Hijo"'.
Y San Anselmo: "Aplíquese la inteligencia humana, considere, vea y admírese. 
Dios engendró a su Único Hijo, consustancial, igual a Él; este Hijo, tan único suyo y en 
todo a Él semejante, no quiso que permaneciera solamente suyo, sino que quiso que el 
mismo fuera único y queridísimo Hijo natural también de María, para que el uno y el 
mismo que es Hijo de Dios fuera en una persona Hijo de María, y el que es Hijo de Santa 
María fuese el mismo Hijo de Dios"b) La relación existente entre María y su Hijo excede en mucho a 
la común relación entre madre e hijo; pues: 1)  Otras madres 
comunican a sus hijos una parte de la sustancia de su carne y de su 
sangre; la otra parte es suministrada por el padre; la Bienaventurada 
Virgen, ella sola, con exclusión de todo padre humano, comunicó toda 
la sustancia a su Hijo; bajo este aspecto, ninguna otra es en tanto grado 
madre como María. 2) Entre los hombres, ni la madre puede elegir al 
hijo, ni el hijo puede elegir madre; una y otra elección existe en la 
divina maternidad, puesto que el Hijo desde toda la eternidad preeligió 
a su Madre y determinó adornarla con la más rica abundancia de toda 
clase de dones para que se hiciera digna Madre suya; y María a su vez 
eligió a su Hijo, prestando su libre consentimiento en la concepción 
virginal, cuyo fruto había de ser el Hijo de Dios.  3)  Finalmente, las 
madres comunes, mientras conciben y llevan en su seno al hijo, no 
conocen la índole y vida futura del mismo; la prole concebida,  aun en 
sus facultades intelectivas, se desarrolla poco a poco y no llega al uso 
de la razón sino después de algunos años; por consiguiente, en todo 
ese tiempo ninguna  comunicación personal y humana  puede haber 
entre madre e hijo; y es más tarde cuando nacen el mutuo amor, la 
providencia, el cuidado, la obediencia, la piedad; al contrario, en la 
concepción de Cristo, y aun antes, la Bienaventurada Virgen conocía 
perfectamente qué Hijo era el que concebía, puesto que ella había 
dado su consentimiento a la concepción de su Hijo y Redentor; y el Hijo 
de Dios desde su concepción humana tuvo pleno uso de razón y estaba lleno de gracia y de verdad.
Por lo cual inmediatamente de la concepción de Cristo pudo establecerse, y así 
fue, esa comunicación admirable y personal humano-divina entre la Madre y el Hijo, y 
que perdurará por toda la eternidad.
A este propósito dijo Bruno Astense estas hermosas palabras: "¿Preguntas quizá 
qué Madre? Pregunta antes qué Hijo. El Hijo no tiene igual entre los hombres, ni la 
Madre tiene semejante entre las mujeres. Hermoso El más que todos los hijos de los 
hombres. Hermosa ella como la naciente aurora. El hizo a su Madre, lo que ningún otro 
hizo; ella dio a luz a su Hijo y permaneció virgen, lo que ninguna otra ha hecho".
(...)
(Gregorio Alastruey, Tratado de la Santísima Virgen María, BAC, 
1947, Pág. 106-108)

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