Solemnidad de Santa María Madre de Dios - Ciclo A
Gregorio Alaustrey
DE LA EXCELENCIA DE LA DIVINA MATERNIDAD
DE LA BIENAVENTURADA VIRGEN MARIA.
Tanta es la dignidad de la maternidad divina, que, después de Dios, nada puede
imaginarse más grande.
Los Padres y doctores, tanto occidentales como orientales, celebran con sumas
alabanzas la excelencia de la divina maternidad, y declaran que su conocimiento
completo está reservado sólo a Dios, que dio al mundo tal criatura y conoció las
excelsas dotes que la decoran.
San Ambrosio habla así: "¿Qué cosa más noble que la Madre de Dios? ¿Qué más
espléndido que aquella que eligió el mismo Esplendor?".
San Anselmo: "Nada igual a María; nada mayor que María sino sólo Dios", a lo
cual asiente su discípulo y familiar Eadmero, que dice: "Nada a ti igual, Señora; nada a ti
comparable; todo lo que existe está sobre ti o debajo de ti; lo que está sobre ti es sólo
Dios; lo que está debajo de ti es todo lo que no es Dios. ¿Quién mirará o quién llegará a
tu excelencia?".
San Sofronio de Jerusalén: "¿Qué puede haber más excelente que esa gracia que
tú sola divinamente alcanzaste? ¿O qué más agradable y más espléndido que ella
puede pensarse? Todas las cosas distan del milagro que en ti resplandece, todas yacen
muy por debajo de tu gracia".
Finalmente, San Bernardino de Sena dice: "Tanta fue la perfección de la Virgen, que su conocimiento está reservado sólo a Dios, según aquello del Eclesiástico: El la
creó en el Espíritu Santo, El sólo vio, contó y midió".
Para comprender mejor y más distintamente la suma dignidad de la
Bienaventurada Virgen Madre de Dios, hemos de considerar la divina maternidad:
Primero, en sí; segundo, comparativamente con los otros dones sobrenaturales, como
la gracia, la gloria, el sacerdocio, el apostolado, etc.; tercero, en conexión con los dones
de santificación y glorificación y demás prerrogativas que le fueron concedidas a la
Virgen, Madre de Dios.
ARTICULO I
De la excelencia de la divina maternidad de la bienaventurada
Virgen María, en sí misma considerada
La grandísima excelencia de la maternidad de la Bienaventurada Virgen María,
considerada en sí misma, está contenida en las siguientes afirmaciones:
I. La bienaventurada Virgen María, como Madre de Cristo, tuvo y tiene relación
real de maternidad respecto al Hijo Unigénito de Dios
a) Los Santos Padres y doctores ensalzan grandemente
Así San Bernardo dice: "La gloria singular de nuestra Virgen y la excelente
prerrogativa de María es que mereció tener con Dios Padre uno y el mismo común
Hijo"'.
Y San Anselmo: "Aplíquese la inteligencia humana, considere, vea y admírese.
Dios engendró a su Único Hijo, consustancial, igual a Él; este Hijo, tan único suyo y en
todo a Él semejante, no quiso que permaneciera solamente suyo, sino que quiso que el
mismo fuera único y queridísimo Hijo natural también de María, para que el uno y el
mismo que es Hijo de Dios fuera en una persona Hijo de María, y el que es Hijo de Santa
María fuese el mismo Hijo de Dios"b) La relación existente entre María y su Hijo excede en mucho a
la común relación entre madre e hijo; pues: 1) Otras madres
comunican a sus hijos una parte de la sustancia de su carne y de su
sangre; la otra parte es suministrada por el padre; la Bienaventurada
Virgen, ella sola, con exclusión de todo padre humano, comunicó toda
la sustancia a su Hijo; bajo este aspecto, ninguna otra es en tanto grado
madre como María. 2) Entre los hombres, ni la madre puede elegir al
hijo, ni el hijo puede elegir madre; una y otra elección existe en la
divina maternidad, puesto que el Hijo desde toda la eternidad preeligió
a su Madre y determinó adornarla con la más rica abundancia de toda
clase de dones para que se hiciera digna Madre suya; y María a su vez
eligió a su Hijo, prestando su libre consentimiento en la concepción
virginal, cuyo fruto había de ser el Hijo de Dios. 3) Finalmente, las
madres comunes, mientras conciben y llevan en su seno al hijo, no
conocen la índole y vida futura del mismo; la prole concebida, aun en
sus facultades intelectivas, se desarrolla poco a poco y no llega al uso
de la razón sino después de algunos años; por consiguiente, en todo
ese tiempo ninguna comunicación personal y humana puede haber
entre madre e hijo; y es más tarde cuando nacen el mutuo amor, la
providencia, el cuidado, la obediencia, la piedad; al contrario, en la
concepción de Cristo, y aun antes, la Bienaventurada Virgen conocía
perfectamente qué Hijo era el que concebía, puesto que ella había
dado su consentimiento a la concepción de su Hijo y Redentor; y el Hijo
de Dios desde su concepción humana tuvo pleno uso de razón y estaba lleno de gracia y de verdad.
Por lo cual inmediatamente de la concepción de Cristo pudo establecerse, y así
fue, esa comunicación admirable y personal humano-divina entre la Madre y el Hijo, y
que perdurará por toda la eternidad.
A este propósito dijo Bruno Astense estas hermosas palabras: "¿Preguntas quizá
qué Madre? Pregunta antes qué Hijo. El Hijo no tiene igual entre los hombres, ni la
Madre tiene semejante entre las mujeres. Hermoso El más que todos los hijos de los
hombres. Hermosa ella como la naciente aurora. El hizo a su Madre, lo que ningún otro
hizo; ella dio a luz a su Hijo y permaneció virgen, lo que ninguna otra ha hecho".
(...)
(Gregorio Alastruey, Tratado de la Santísima Virgen María, BAC,
1947, Pág. 106-108)
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